miércoles, 9 de junio de 2010

Rompiendo el Alabastro

Desde muy niño, la muerte represento para mí un asunto trascendental. Un primo, tratando de explicarme lo que pasaba después de ésta, llegó a asustarme mucho con sus oscuras historias. La muerte es importante y todos tendremos un día una cita con ella. Mi amigo, Manuel Kim, me enseñó que son muchos los coreanos que han dejado el Budismo para abrazar al Cristianismo, pues contiene la única respuesta contundente a la muerte.
Yo había ido a la iglesia y escuchado sobre la resurrección, el cielo y la eternidad, pero, de alguna manera, eso no era algo real en mi vida. No fue hasta que un día mi amigo, Abraham González, se dio cuenta y me pregunto: ¿Tienes miedo a la muerte? Para luego decirme una frase sencilla y corta que iluminó mi vida: “Sabes, los cristianos no le tenemos miedo a la muerte.” Desde entonces he vivido una vida blindada, porque entendí que quien ha muerto no puede volver a morir.
Los seres humanos tenemos la capacidad de decir que creemos y al mismo tiempo actuar en completa incredulidad. En medio de una prolongada sequia la iglesia de un pueblo decidió reunirse para pedir lluvia a Dios. Comenzó a llover, y saliendo del templo tan solo un niñito había llevado su paraguas. La resurrección de Lázaro como la de Jesús son hechos históricos documentados por bastantes testigos que llegaron a dar sus vidas por lo que vieron. Solo debemos creer y actuar según lo que creemos.
Es bonito ver el proceso que Marta y María experimentaron. Si bien ellas habían escuchado las enseñanzas de Jesús sobre la resurrección, no habían palpado lo real que ésta era. Antes de la resurrección de su hermanito, veían a la muerte como los que no tienen esperanza. Aquí solo presentaré una parte, pero te invito a leer los capítulos 11 y 12 del evangelio según San Juan y meditar en cómo se desencadenó una de las más famosas expresiones de adoración.
Juan 12:1-3.
“1Entonces Jesús, seis días antes de la Pascua, vino a Betania donde estaba Lázaro, al que Jesús había resucitado de entre los muertos.
2Y le hicieron una cena allí, y Marta servía; pero Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con El.
3Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro que costaba mucho, ungió los pies de Jesús, y se los secó con los cabellos, y la casa se llenó con la fragancia del perfume.”
María no secó los pies con su cabellera para aprovechar el residuo del perfume. Por el contrario, ella había adquirido un valor diferente. María había entendido que nada en este tiempo, incluyendo un costosísimo perfume, tenía más valor que lo que Jesús había comprobado ser: La resurrección y la vida. Jesús cambió la manera de pensar de esta mujer.
Las frases de moda: “si hubieses estado aquí, Lázaro no habría muerto.” O “no podía este… haberlo sanado.” Marta y María habían mandado a llamar a Jesús sabiendo que era un sanador poderoso. Cuatro días después de la muerte del enfermo, llegó Jesús. María no salió a recibirlo inmediatamente como solía hacerlo, más bien, “se quedó sentada en casa”. Tal vez, la frustración por la muerte de su hermano pesaba demasiado para caminar rápido a donde estaba el maestro. Ella seguramente pensaba, “ya no se podía hacer nada.”
Pero Jesús llegó “tarde” porque quería que, tanto ellos como nosotros, tuviéramos la oportunidad de saber la verdad. Lázaro necesitaba morir para que todos supiéramos que Jesús es mucho más que un sanador de enfermedades. Jesús es la vida.
Jesús le dijo a Marta: “¿No te dije que si crees, verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la piedra. Jesús alzó los ojos a lo alto, y dijo: “Padre, te doy gracias porque me has oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que me rodea, para que crean que tú me has enviado. Habiendo dicho esto, gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, ven fuera!”
Lo que Jesús ordenó inmediatamente después de la resurrección me produce curiosidad: “Desatadlo y dejadlo ir.” Yo sinceramente esperaba leer que todos estaban abrazando y entrevistando a Lázaro. ¿Cómo es el más allá? ¿Cómo te sientes? ¿Te aprietan las vendas? Tal vez aun olía mal o necesitaba ir al baño, tal vez al quitarle las vendas se quedó con muy poca ropa. (Por cierto recuerdo que Patricia de Trotti me contó una vez: un predicador gritaba -¡Entonces Lázaro ANDUBIO!- Su esposa, que estaba cerca, le susurró: ¡ANDUVO, GAFO! por lo que, aquel hombre exclamo:!BUENO ANDUVO GAFO UN TIEMPO, PERO DESPUES SE RECUPERO!)
¿Dónde estaba el corazón de los personajes? En esta historia Tomas estimó que regresar a Betania, donde Lázaro, era muy peligroso, y su vida física era muy preciada. Algunos maestros de la ley estimaron muy alta la pérdida de sus posesiones y estatus si no mataban a Lázaro y a Jesús. (Por cierto, Jesús nunca lo dijo pero seguramente pensó: !Si LO MATAN, LO VUELVO A RESUCITAR!) Judas, por su parte, estimó el perfume usado para ungir a Jesús demasiado costoso – lo de Judas eran los reales. Pero María… María reflexionó profundamente: Jesús es la vida, ¿qué es todo lo demás? Como lo diría San Pablo: “Basura.” Entender la verdad y ponerse de rodillas suele venir junto, por eso ella, con la labor más humilde y el perfume más caro, adoró al Rey.
Por una infección en mis oídos no he podido tocar flauta o saxofón y difícilmente cantar. Para muchos, no he podido adorar. Pero adorar no es una conducta, es un estado de la mente, el corazón y el alma. La forma de expresarla es tan diversa como lo somos los seres humanos. Algunos se arrodillan pegando su frente del piso, otros sin fuerza solo caen en la dirección que Dios les dio. Lo importante es reconocer que Jesús es el Señor.
El señor González Peña fue preso en Cuba por predicar a Jesucristo. Bajo trabajo forzado sembraba tomates pero siguió hablando de Jesús. Por esta razón, fue enviado a una verdadera bóveda. No podía leer la biblia o usar su libro de himnos. Pero al salir, escribió una carta al venezolano Rev. Germán Núñez B. que decía: “Germán, estos fueron los mejores años de mi vida, porque durante mucho tiempo yo estuve en la obra del Señor, pero durante estos tres años yo pude estar con el Señor de la obra.” Yo puedo entenderlo, porque mientras más lo adoro se torna dulce mi dura vida.