domingo, 4 de abril de 2010

No hay peor ciego...

No hay peor ciego:
Danielle y yo fuimos al Mc Donalds de la avenida Victoria a comer algo un domingo en la noche y vimos como dos niños estaban rompiendo las bolsas de basura para sacar pedazos de hamburguesa y papas. Decidimos invitarlos a comer y luego de una conversación interesante, los invitamos a comer en el mismo sitio la semana entrante. Al siguiente domingo eran cuatro niños y como el gerente del restaurant no nos permitió comer en las mesas, con ellos lo hicimos en la avenida. Danielle comenzó a orar por la comida, y ellos comenzaron a reír. Les dije, sin mucha esperanza de que lo entendieran, que no debían reírse porque Dios era real aunque no lo pudiéramos ver. Papakin seguía con una sonrisa burlona en la cara cuando le dije -Dios es como el aire, aunque no lo puedes ver, tampoco puedes vivir sin él. En ese mismo momento pasó una fuerte brisa que borró instantáneamente la cara de burla de Papakin y la convirtió en una de temor reverente. Yo internamente decía –gracias, gracias, gracias por tu apoyo. Esta pequeña señal fue suficiente para que aquellos niños entendieran sobre lo real de la presencia de Dios. Sin embargo hay ocasiones cuando no importa lo impresionante de la señal, la ceguera caprichosa nos impide ver la obra de Dios.
“No hay peor ciego que aquel que no quiere ver.” Tal vez esto recoge la idea principal de Lucas 11:14-36. Jesús es la señal de las señales: no hay una revelación más cercana, más directa, mas explicita y contundente de parte de Dios. Hebreos nos dice que después de Jesús, no hay más nada que buscar. El titulo “Emanuel,” (Dios con nosotros) nos recuerda que Dios vino personalmente. Juan nos dice: “anduvo entre nosotros.” Y sin embargo aunque sabemos que es Dios, no lo reconocemos ni le damos las gracias.
A nosotros los seres humanos nos cuesta mucho reconocer los meritos de otros. Es una rareza encontrar personas que confronten a otro y le digan: Que bien haces esto, que bonito es tu obra, que manera tan especial de lograr tal cosa. Claro estos halagos los usamos generalmente para obtener algo, para lograr algo, para enamorar a alguien. Pero me refiero a ser honestos y justos y darle honra al que honra merece.
Nuestra costumbre de retener el reconocimiento que otros han ganado surge seguramente por aquello que dice en Génesis: “Serás como Dios,” que es lo que le propone la serpiente a la raza humana. Como la gloria es nuestra, no es de nadie más. Penamos “en la medida en que reconozco los meritos de otros me muestro inferior,” lo cual es una mentira. Mi esposa es más inteligente que yo: reconociéndoselo he cosechado muchísimas bendiciones entre ellas su admiración y respeto. Si justicia es darle a cada cual lo que le corresponde, entonces tendemos a ser tremendamente injustos. Pero peor que peor es cuando le quitamos la honra a alguien y se la damos a otra persona o incluso cosa.
“Me operó el bisturí, no el doctor.” “Me rescató la ambulancia no los paramédicos.” Una profunda maldad nos impide dar gracias a los verdaderos protagonistas. En este marco de ideas me gustaría que leyéramos este revelador pasaje. Es útil recordar que unas frases antes del versículo 29 algunas personas acusan a Jesús de hacer una señal milagrosa con el poder del Diablo.
Lucas 11:29-36 (Nueva Versión Internacional)
La señal de Jonás
29 Como crecía la multitud, Jesús se puso a decirles: «Ésta es una generación malvada. Pide una señal milagrosa, pero no se le dará más señal que la de Jonás.30 Así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, también lo será el Hijo del hombre para esta generación.31 La reina del Sur se levantará en el día del juicio y condenará a esta gente; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí tienen ustedes a uno más grande que Salomón.32 Los ninivitas se levantarán en el día del juicio y condenarán a esta generación; porque ellos se *arrepintieron al escuchar la predicación de Jonás, y aquí tienen ustedes a uno más grande que Jonás.
La lámpara del cuerpo
33 »Nadie enciende una lámpara para luego ponerla en un lugar escondido o cubrirla con un cajón, sino para ponerla en una repisa, a fin de que los que entren tengan luz.34 Tus ojos son la lámpara de tu cuerpo. Si tu visión es clara, todo tu ser disfrutará de la luz; pero si está nublada, todo tu ser estará en la oscuridad. 35 Asegúrate de que la luz que crees tener no sea oscuridad.36 Por tanto, si todo tu ser disfruta de la luz, sin que ninguna parte quede en la oscuridad, estarás completamente iluminado, como cuando una lámpara te alumbra con su luz.»

Jesús no escapa de nuestra incapacidad de reconocer a otros. Los ojos son nuestras lámparas porque sin ellos tendríamos permanentemente una pantalla en negro frente a nosotros. Es irracional prender una lámpara para esconderla a menos que no queramos ver. Pero es lo que hacemos para no tener que reconocer a otros y en particular a Jesús. Una abrumadora cantidad de pruebas científicas respaldan la muerte y resurrección de Jesús, pero queremos una señal. Nuestros malos ojos no quieren ver lo que es evidente.
Jonás predicó sin ganas a los ninivitas, como para que no creyeran, y creyeron. La Reina del sur fue hasta Salomón. Quien no es digno de desamarrar las sandalias de Jesús, buscando sabiduría y reverentemente la tomó. No se trata de poderosas señales sino de gente deponiendo su maldad y reconociendo la obra de Dios. Mucha gente en la actualidad puede ver la obra de Dios con muy poco y eso me recuerda que Jesús dijo a Tomas: “Dichosos aquellos que sin ver crean en mi.”
Haciendo una cola o línea para el metro bus rumbo al Seminario Bautista en los Teques, yo escuchaba a una pobre mujer tosiendo y con evidentes problemas para respirar. No suelo hacerlo por mi timidez, pero me armé de valor, me volteé y le pregunte si me permitía orar por ella, pues yo creía que Dios era poderoso. Ella asintió con su cabeza y entonces oré. No paso nada, pero a los segundos pasó un hombre con un portafolio. Ella lo llamó por su nombre y le preguntó- ¿Fulanito tienes el inhalador contigo? Y fulanito respondió sí. Lo sacó rápidamente, se trataba de esos aparatos que usan las personas para el asma. Ella se dio varias dosis y se la regresó. Luego de despedirse la mujer se volvió hacia mí, que apenado sentía que la oración no había hecho nada y me dijo: “De verdad que Dios existe porque el que me dio el inhalador es mi esposo y el trabaja al otro lado de la ciudad, nunca hubiese esperado verlo por aquí.” No fue una señal increíble, llena de grandes prodigios, pero fue suficiente para que esta mujer comenzara a creer.
Es bueno para el alma decir a otros sus méritos. Es bueno reconocer la gloria de Dios. Salir, ver el cielo, los arboles, las montanas, los mares y elogiar el buen gusto de Jesucristo en su creación, en su majestad y su poder. Es mucha la paz que al mirar bien llegamos a obtener. Mirar desde arriba dejando que lo terrenal sea terrenal. Lo mejor es mirar con atención a aquel que es: La señal de señales.